
“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría” (Colosenses 3:16)
Porque “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; Y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32)
La historia de Sansón tiene grandísimas enseñanzas para nosotros. Sus padres, ante el anuncio del nacimiento del niño, pensaron lo que todo padre tendría que pensar y por lo tanto orar al Señor, como lo hicieron Manoa y su mujer, quienes dijeron:” Ah, Señor mío… enséñanos lo que hayamos de hacer con el niño que ha de nacer… Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?” (Jueces 13:8 y 12) Pues todo padre cristiano, siente como que el Señor le dice, así como le dijo la hija de Faraón a la madre de Moisés: “Críamelo, y yo te lo pagaré” (Éxodo 2:9)
Sin embargo, pasa el tiempo, el niño crece y ahora es un joven que se siente atraído por el pecado. Ve algo que le era prohibido, como era la unión con las Cananeas, pero no le importa, porque ella agrada a sus ojos y así menosprecia lo que dice Dios.
¡Qué cuidado hay que tener! Sansón tenía una gran fuerza física, pero la Palabra no moraba abundantemente en su corazón y se dejó llevar por su deseo carnal, llevando también a sus padres en su descenso (Jueces 14:5) Luego las cosas las enderezó Dios según sus designios. Sin embargo, todo hubiese sido distinto, si el temor de Dios y la obediencia a su Palabra se hubiesen manifestado en Sansón.
Pensamientos para reflexionar