“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13)
“El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12)
Hay quienes creen que la salvación es un proceso que se realiza gradualmente, de manera tal, que el pecador va dejando de a poco de ser malo y de hacer cosas malas, hasta transformarse en una persona buena. Por eso, hay quienes se congregan y siguen viviendo mundanalmente, sin que esa dualidad los inquiete, pues lo toman como normal. Caminan en dos caminos y cuando pecan, se tranquilizan pensando que eso es porque aún están viviendo un proceso que un día concluirá y cuando eso suceda, ya no se sentirán más atraídos por las cosas pecaminosas. ¡Eso no es así!
Hay un proceso en el cual Dios trabaja al hombre para que sienta el peso de su pecado y se entregue a Cristo. Y también, un proceso de comprensión, de crecimiento espiritual una vez que uno es salvo. Pero, la vida eterna, no se va teniendo gradualmente, sino de una vez y completamente desde el momento que se recibe a Cristo como Salvador. El que cree en él tiene vida eterna. Esa vida está en el Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida (1 Juan 5:11,12) La vida eterna se recibe inmediatamente al creer y de una vez para siempre.
Y cuando se tiene la vida, ya no se puede más caminar en dos caminos. Porque el que ha nacido de nuevo no tiene como práctica habitual el pecado (1 Juan 5:18)
Pensamientos para reflexionar