“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Juan 13:34)
“Llamé, y no quisisteis oír, Extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, Sino que desechasteis todo consejo mío Y mi reprensión no quisisteis” (Proverbios 1:24,25)
El hombre no es todo conciencia. Los seres humanos no pecan por desconocimiento, sino por gusto. Saben que hay cosas que le son perjudiciales, pero aun así siguen adelante. Ellos, muchas veces entienden las cosas, pero igualmente van y hacen lo incorrecto y siguen en su pecado. Uno se asombra y les preguntaría: ¿Qué parte no entendiste? Pero luego, nos damos cuenta que no se trató de no entender, sino de no querer. Siguieron adelante en sus propósitos porque quisieron eso y no quisieron lo otro.
José rehusó valientemente dormir con la esposa se Potifar. “Porque él no quiso” (Génesis 39:8) Era tanto el amor a su Dios que no quiso pecar ni hacer nada que lo ofendiera.
Otro ejemplo lo tenemos en el pueblo de Israel cuando pidieron rey. Samuel les refirió las palabras Jehová al respecto “Pero el pueblo no quiso oír las palabras de Samuel” (1 Samuel 8:19)
Cuando un alma se cierra y no quiere, Dios no lo fuerza. En su gracia trabaja ese corazón una y otra vez antes de entregarlo a su endurecimiento, pero luego, tengamos presente, ya no se trata de la voluntad de Dios, sino del rechazo del hombre. Nadie se pierde porque Dios no haya querido salvarlo, sino porque no ha querido serlo. Por eso, muchos, lamentablemente, se perderán, pues, aunque reconocieron algo de la verdad, rehusaron creer en el Hijo entregándoles sus vidas.
Pensamientos para reflexionar