
“Aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6,7)
Las pruebas trabajan de tal manera nuestro corazón, que al atravesarlas, lo primero que deseamos es salir lo antes posible de ellas. Sin embargo, luego comprobamos que nunca hemos sido más espirituales, ni gozado más la presencia y comunión con Cristo como en aquellos días, cuando pasamos por la prueba con el Señor.
Hay situaciones que nos desestabilizan. Allí experimentamos lo que está escrito: “Sus almas se derriten con el mal. Tiemblan y titubean como ebrios, Y toda su ciencia es inútil” (Salmo 107:26,27) No hay hombre ni socorro humano que nos sirva en ese momento y la soledad nos invade, pero está el Señor, que nos dice: Yo estoy contigo. “Cuando pases por las aguas no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Isaías 43:2)
Luego podremos decir: “Cuando yo decía: Mi pie resbala, Tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba. En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, Tus consolaciones alegraban mi alma” (Salmos 94:18,19)
Durante la prueba aprendemos a conocernos y primordialmente a conocer a Dios. Quien “saca las escorias de la plata, para que salga alhaja al fundidor” (Proverbios 25:4)
Nuestra fe, como la plata, tiene impurezas, que solo salen al pasar por el fuego de la prueba. Luego esa fe, “En Dios solamente reposa” (Salmo 62:5) y Dios es glorificado.
Pensamientos para reflexionar