“Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo” (Hechos 8:4,5)
“Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado. Y habiendo tomado alimento, recobró fuerzas. Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco. En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hechos 9:18-20)
El Señor ha confiado a los suyos una diversidad de dones maravillosos, por eso cada uno de los creyentes tiene un ministerio particular. Que cada creyente tenga su propio don, y esté llamado a servir con un servicio distinto a otros, no quita que todos los creyentes, tengamos en común la misión de presentar a Cristo. De “predicar el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15)
Es un privilegio muy grande ser de los que anuncian la gracia de Dios, aunque, debemos reconocer que muchas veces en esta tarea fallamos. Fallamos por timidez, o haciéndolo de una manera inadecuada.
A veces, celosos por la doctrina, cuando nos encontramos con alguien con quien podemos hablar y presentarle a Cristo, si nos dice que es católico o protestante de tal o cual denominación, en lugar de hablar con él de Cristo, nuestra predica se enfoca en querer sacarlo de donde está o cambiarle sus pensamientos.
Nuestra misión siempre es hablar de Cristo, y sobre todo cuando encontramos a personas vinculadas a religiones, pero que no manifiestan la vida eterna. Podrán tener una religión, pero necesitan la salvación. Nuestra tarea es llevarlos a los pies de Cristo, no cambiarles la religión. La verdad la podrán apreciar cuando reciban a Cristo.
Si discutimos con ellos de “religión” cerrarán aún más sus oídos y lo que necesitamos es oír, porque la fe viene por el oír. (Romanos 10:17)
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Pensamientos para reflexionar