
“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses 3:5)
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Efesios 4:7)
“y reparen los portillos del templo dondequiera que se hallen grietas” (2 Reyes 12:5)
Cuando un muro está sano, es difícil voltearlo, pero cuando está resentido y no se ha reparado, es fácil encontrar una grieta por donde colocar una cuña y dañarlo.
Así sucede con nuestras vidas. El diablo, el príncipe de este mundo, tiene muchísimos elementos para tentarnos, para hacer su trabajo de división, pero todas esas cosas le serían ineficaces si no encontraran cabida en nosotros, debido a la carne.
Por eso, si hay algo que debemos aborrecer con todo nuestro corazón es la carne. Por ella hemos tenido los más grandes sufrimientos, y, aun así, muchas veces, es como que la tratamos con sumo respeto y consideración.
Por darle lugar a esa carne, cayó Sansón, el hombre más fuerte. (Jueces 14:3) Por la carne cayó David un hombre conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22) Por seguir los deseos de la carne Demas, abandonó a Pablo siguiendo este mundo. (2 Timoteo 4:10) y podríamos multiplicar ejemplos.
Los creyentes a veces caminan bien, pero los asalta el enemigo con sus tentaciones, y si estas encuentran cabida en su carne, de allí en más se echa todo a perder.
Velemos pues hermanos y hagamos morir lo terrenal en nosotros. No alimentemos esa carne, sino tendrá un apetito voraz, y en el momento en el que estemos frente a grandes bendiciones, el enemigo sabrá hacérnoslas perder, tocándonos por ese lado, sabiendo lo vulnerables que somos.
Pensamientos para reflexionar