“Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Corintios 3:6,7)
No hay milagro mayor que el de la conversión. La verdadera conversión, que manifiesta luego a una persona regenerada, caminando en una vida nueva.
Es hermoso ver a alguien, por el cual nos hemos preocupado, orado y hasta derramado lágrimas, convertido, “en su cabal juicio” (Lucas 8:35)
Todo eso es obra de Dios y se produce por medio de su Palabra y su Espíritu.
Los hombres a veces se atribuyen las conversiones.
Hay quienes preguntan: ¿Usted a cuantos ha convertido? A lo cual contestamos que nosotros, no hemos convertido a nadie. Que “el reino de Dios, es como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga” (Marcos 4:26-28)
Nosotros, sembramos la Palabra y la regamos, pero el crecimiento lo da Dios. Porque de suyo lleva fruto la tierra. Hay un poder de vida que se manifiesta que está fuera de nuestra voluntad y poder.
Sembremos la Palabra. Algunos creen que mucha Palabra de Dios, cansa a la gente, sin embargo, ¡cuidado! No son los testimonios, la música, ni ninguna otra cosa ofrecida a las almas lo que producirá finalmente la conversión, sino, la Palabra viva de Dios.
Pensamientos para reflexionar