
“El temor del Señor es aborrecer el mal; La soberbia y la arrogancia, el mal camino…” (Proverbios 8:13)
A pesar de haber sido Job un hombre ejemplar, del cual Dios mismo dio testimonio (Job 1:8) tuvo que aprender a conocerse a sí mismo y verse a la luz de Dios, hasta llegar a los escondrijos más recónditos de su corazón, y sacar la conclusión siguiente: “De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto ME ABORREZCO, Y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5,6)
Esta es la conclusión a la cual llega todo aquel que se convierte verdaderamente. Aprende a amar a Dios y aborrecerse a sí mismo.
La carne es aquello que está en nosotros, y que tanto nos hace sufrir. Debemos aborrecerla con todas las fuerzas. Ella es la que se ofende, guarda rencor y busca venganza. La que nos hace pelear con los seres que amamos y nos lleva a justificar lo injustificable haciendo que siempre queramos tener razón.
Solamente quien nace de nuevo, puede aborrecerse en la carne. Quien no tiene a Cristo en su corazón, por naturaleza no se aborrece, sino por el contrario se ama a sí mismo (2 Timoteo 3:2) y aborrece a Dios (Romanos 1:30)
Si Dios nos manda a aborrecer el mal (Amos 5:15) Debemos entonces aborrecer “la carne” “El mal que está dentro nuestro” (Romanos 7:21) y evitar que se manifieste para que no entorpezca nuestra comunión y gozo con el Señor.
Pensamientos para reflexionar