“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos” (Mateo 7:15-18)
Hablando de los falsos profetas, el Señor dijo: “por sus frutos los conoceréis” Esta es una gran verdad, porque hablar es relativamente fácil, pero llevar una vida piadosa ya es otra cosa.
Este mismo razonamiento lo aplicamos muchas veces para saber quién verdaderamente es un hijo de Dios, pero al hacerlo, tenemos que tener mucho cuidado, de no confundir los frutos. Hay que ver a las personas en su intimidad, ver su carácter y sus reacciones para saber si es un árbol bueno.
Algunos ven esos frutos de salvación en las personas que cambian algunos hábitos y empiezan a asistir a las reuniones y desean participar en la iglesia. Pero, luego, si ven que se enfrían y dejan de venir, se preguntan: ¿Habrán perdido su salvación?
Primeramente, debemos saber que la salvación no se pierde, y que esta confusión nace al confundir los frutos. Los frutos por los cuales se conoce al árbol son algo más que las cosas antes mencionadas. La asistencia, las ganas de colaborar, el cambio de algunos hábitos, son también moneda corriente en personas que se involucran en política, o comienzan a frecuentar una secta y allí se comprometen y se sacrifican, y, sin embargo, nada de eso tiene que ver con la salvación. Los frutos de salvación son la conversión y la manifestación de la vida de Cristo en la persona, algo que no puede pasar inadvertido.
Pensamientos para reflexionar