“Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:35-39)
Cuando en las predicaciones del evangelio, se les dice a las personas que como pecadores necesitan a Cristo como Salvador, muchos se sienten molestos, pues no se sienten pecadores, pues imaginan que pecado son solamente aquellas cosas groseras y condenadas abiertamente por todos: robar, matar, etc.
La Biblia nos hace ver que “toda injusticia es pecado” (1 Juan 5:17) Que pecado es toda acción contraria a la voluntad de Dios que quebranta sus leyes y no cumple con su objetivo.
Hay muchas cosas que son pecado, pero hay un pecado en particular, del que nadie está exento. Un pecado que nos es común a todos, y es el incumplimiento del primer mandamiento: “Jesús dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento: (Mateo 22:37,38)
¿Quién puede decir yo no quebranté nunca ese mandamiento? ¿Quién puede decir que lo cumplió al pie de la letra cada día de su vida?: Nadie.
Como podemos ver, todo hombre es pecador ante los ojos de Dios delante de quien deberá rendir cuentas, a pesar de que no haya cometidos aquellos pecados que considera aberrantes. Y como un solo pecado es suficiente para destituirnos de la presencia gloriosa de Dios, todos necesitamos un salvador. Ese Salvador es únicamente Cristo, porque en ningún otro hay salvación. Véase (Hechos 4.12)
Pensamientos para reflexionar