¿NOS HEMOS OLVIDADO DEL EVANGELIO?

La gracia de Dios ha sido superabundante para con nosotros. Los que conocemos a Dios como un Dios salvador, podemos decir que su gracia ha sido y es maravillosamente abundante. Dios nos ha sacado de lo más bajo, nos ha redimido, y nos hizo gustar una salvación ¡tán grande! Todo eso, sin que hubiera en nosotros merecimiento alguno; porque fue según el deseo de su corazón, que abundó en amor. Esa gracia hace que finalmente, por medio del sacrificio perfecto del Señor Jesús,  haya luego sobre esta tierra, adoradores según el pensamiento de Dios, testigos de Su amor y Su gracia embajadores y otras tantas funciones como las que cumplen los salvos.

Las Sagradas Escrituras dicen: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4) ¡Qué hermosa declaración!

Por un lado, el deseo de Dios de que todos los hombres sean salvos, y por otro, aunque muy unido a eso: Que vengan al conocimiento de la verdad.

Los cristianos, que pura gracia, conocemos lo que es reunirnos en el Nombre del Señor Jesús con lo que esto implica, debemos reconocer con humillación, cuanto nos cuesta mantener equilibradamente las verdades espirituales de este versículo. Como ante toda declaración divina, debemos considerar que de parte de Dios se nos dice: “Según la ley que te enseñen, y según el juicio que te digan, harás; no te apartarás ni a diestra ni a siniestra de la sentencia que te declaren” (Deuteronomio 17:11) Y este equilibrio , se pierde, cuando, por el vivo interés de que los hombres sean salvos, olvidamos aspectos de la verdad que forma parte del bendito evangelio de Jesucristo y lo completa; o, cuando,  manteniendo un hermoso celo por la verdad, nos olvidamos de la importancia de la evangelización.

Congregados al sólo Nombre del Señor hemos sido ¡tan bendecidos! El Señor nos bendijo siempre con su presencia en medio nuestro, según su promesa (Mateo 18:20) y nos ha hablado al corazón y la conciencia en las reuniones de una manera maravillosa, como así también, por medio de un abundante ministerio escrito. Estas bendiciones, por un lado, nos hicieron crecer en el conocimiento de las verdades divinas, despertando en nosotros, el deseo de compartir esas verdades, enseñarlas y difundirlas, de manera tal, que en todo lugar de reunión, la responsabilidad en cuanto a la enseñanza, en reuniones y otras actividades, ha sido siempre bien suplida,  pues no faltaron nunca buenos enseñadores, pero, en cuanto a la evangelización, posiblemente no en todos los lugares haya sido una ocupación que se incentivara con la misma fuerza. Al decir, “ no en todos los lugares” nos referimos, a que gracias al Señor hubo lugares, donde estas bendiciones que hacen crecer en el  conocimiento de la gracia de Dios, produjo en muchos un hermoso celo por llevar el mensaje del evangelio a toda criatura, cumpliendo el mandato bíblico, a tiempo y fuera de tiempo para la gloria de Dios. Cuando estos dos sentimientos, es decir el que los hombres sean salvos y que conozcan la verdad,  se conjugaron correctamente, hubo frutos hermosos; porque allí sí que verdaderamente se crecía “en la gracia y el en conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18) Sin embargo, como veníamos diciendo, y esto, no como crítica a los hermanos, sino como un auto-juicio primeramente, no fuimos siempre equilibrados en esto, como tendríamos que haber sido. No fuimos siempre celosos por el evangelio y la verdad de Dios, de tal manera que en nuestro servicio, eso subiera a Dios como aquel perfume de Cristo donde “era todo de igual peso” (Éxodo 30:34)

El Señor dijo: “Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mateo 23:23) Y debemos recordarlo siempre. Debemos andar en la verdad, testificar de esa verdad y enseñarla, y con ese mismo celo, presentar el evangelio, ya que son cosas que están bien unidas.

Alguien una vez, sintiendo el peso de esto que venimos diciendo, preguntó: ¿Nos hemos olvidado del evangelio? De esa pregunta, salió el título del presente escrito, y como respuesta, creemos sinceramente, que debemos decir, que  aunque reconocemos nuestras flaquezas, no es que nos olvidamos del evangelio. Esto lo queremos dejar en claro, pero también dejamos en claro, que la necesidad que tenemos de explicar que no olvidamos el evangelio,  muestra por otra parte, la debilidad con la que nos ocupamos en ello.  Gracias al Señor, el evangelio siempre ha sido presentado de una u otra manera en cada predicación o enseñanza, como así también utilizando diversos medios,  y si Dios da “semilla al que siembra y pan al que come”  (Isaías 55:10) Los hermanos congregados al solo Nombre del Señor, no solamente han trabajado para dar alimento a los que comen, sino también para proveer generosamente semilla a los demás hermanos que también siembran “junto a todas las aguas” Aunque , volvemos a decirlo, reconocemos, que quizá, muchos, hemos sido más enfáticos en predicar  las verdades bíblicas, que en salir a predicar el claro mensaje del evangelio.

Ante esta realidad, uno podría argumentar, que eso a veces sucede, porque el evangelio es predicado igualmente por todos los hijos de Dios que habitan sobre la tierra, aunque gran parte de ellos desconozcan muchas verdades, pero la verdad que encierra todo el consejo de Dios requiere de creyentes que conozcan la sana doctrina. A pesar de esto, y de muchas otras cosas que pudiéramos decir, debemos reconocer que lo fundamental del cristianismo es Cristo. Por eso, debemos presentar todo el consejo de Dios, centrado en su gloriosa persona, y en ese equilibrio que nos presentan las Sagradas Escrituras, donde Cristo es presentado como Señor y Salvador y las verdades en cuanto a la iglesia, son reveladas de una manera clara y perfecta. De esa manera hacemos una realidad lo que solemos cantar: “Cristo sólo es nuestro anuncio, nuestra prédica él será”.

En estos tiempos finales, debemos redoblar los esfuerzos y presentar el claro mensaje del Evangelio de Cristo. ¿Quiénes mejores que aquellos que conocen el pensamiento de Dios, para presentar ese evangelio glorioso? Muchas veces, decimos que al ver que se enseñan tantos errores, debemos contender ardientemente por la fe (ese conjunto de las doctrinas cristianas) que han sido una vez dada a los santos (Judas 3) Y es bien cierto, pero también es cierto, que presentando la verdad, quedará evidenciado el error. Y aunque al presentar la verdad, lógicamente nos tocará muchas veces mostrar todo lo que no es de Dios y la separación necesaria, nuestro tema central,  no será la separación, sino Cristo.

En esto debemos ahondar. A veces, cuesta encontrar hermanos prestos para el evangelio, porque, deseando los mejores dones, deseamos enseñar, más que evangelizar. Y sin embargo, la primera gran comisión que dio el Señor a los suyos, fue  la de “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Hechos 16:15)

Un hermano, al referirse a las personas nuevas en el camino y los demás que conocen las diversas enseñanzas que pululan en la cristiandad,  solía decir: “Es más fácil hacer un alambrado nuevo, que remendar uno viejo” y esto es bien cierto. Aunque es hermoso serle de ayuda a personas que deseen salir del error, mostrándoles las verdades de la Palabra; también es hermoso y sobre manera efectivo, cuando un alma encuentra al salvador y como aquel “alambrado nuevo” va formándose  desde cero en lo que tiene que ser, sin interpretaciones equivocadas que corregir ni preconceptos equivocados que constantemente lo obstaculicen.

Esto que venimos diciendo, no tiene por objeto desalentar a nadie que se ocupe en la enseñanza de la Palabra, sino muy por el contrario, alentar a todos a trabajar para el Señor, comenzando desde la evangelización. Sin enseñanza de la palabra, no habría un  testimonio claro, tal  como el Señor desea. Además, debemos recordar que cuando la enseñanza faltó, las consecuencias fueron terribles “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Oseas 4:6) Si aquellos que conocen la verdad, la callan, ¿quiénes la enseñarán? En medio de la oscuridad de la noche que atravesamos, y de un abandono tan gran de la verdad en el ámbito cristiano mismo, ¿quiénes se levantarán como testigos mostrando el camino, sino aquellos a los cuales el Señor se lo indico antes? Hay que ocuparse como dice la Escritura, “en la lectura la exhortación y la enseñanza” pero sin dejar de dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo presentando incansablemente el evangelio de salvación.

El Señor ha dado dones a los hombres (Efesios 4: 8-12) entre los cuales se encuentran aquellos dones que fueron utilizados en el comienzo, para colocar el fundamento de nuestra fe, como lo fueron los apóstoles y profetas, y también dones, como evangelistas, pastores y maestros que consolidan la fe de los santos y los preparan para el ministerio. Hay pasajes de la Palabra donde no encontramos el don de evangelista, pues en ellos se está hablando del funcionamiento del Cuerpo de Cristo, y el evangelista es quien sirve a Dios presentando a Cristo a las almas, para que sean salvos y pasen a formar parte  de ese cuerpo. Si el Señor no siguiera agregando a su iglesia los que se van salvando día a día,  ¿los pastores, a quiénes apacentarían? ¿Los maestros, a quiénes enseñarían? Esto, lo debemos aplicar  en escala a la congregación local, y es el mismo principio. Si no nos ocupamos en el evangelio de la gracia de Dios, ¿Quiénes serán los futuros testigos de Jesucristo?

Pensemos en ello, y anhelemos los mejores dones, sabiendo que el de evangelista es uno de ellos, porque en el evangelista se manifiesta el mismo amor por las almas perdidas que en Cristo nuestro Señor. Pidámosle al Señor la fuerza y capacidad para testificar sin avergonzarnos,  haciendo obra de evangelista (2 Timoteo 4:5) “Sembrando la semilla sin dejar reposar la mano” (Eclesiastés 11:6) Repartiendo a siete y aun a ocho… (Eclesiastés 11:2)  Con la paciencia del labrador, que “para participar de los frutos, debe trabajar primero…  como un buen obrero aprobado…” (2 Timoteo 2: 6 y 15) y teniendo presente siempre, que para ser aprobado, todo hijo de Dios, independientemente del don que hubiera recibido, debe anunciar el evangelio de la salvación, porque como dice la Palabra.  “sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9)

Todo redimido por la sangre preciosa de Cristo, debe ocuparse en ganar almas para el Señor. “El que gana almas es sabio” (Proverbios 11:30) Comenzando desde su entorno: “Ve a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (Marcos 5:19) y siguiendo hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8)


Lectura de la semana

www.lacuevadeadulam.com.ar  weblacuevadeadulam@gmail.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *