NO VIERON A NADIE CONSIGO, SINO A JESÚS SOLO

“Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo” (Mateo 17:5-8)


Más allá del significado profético que tiene la transfiguración del Señor, donde los discípulos vieron con sus propios ojos su majestad (2 Pedro 2:16-18) Esa escena nos enseña una gran verdad.

Nosotros también podemos ver y disfrutar grandes cosas en esta vida, en las cuales quisiéramos detenernos para que no pasen, como los discípulos: “Bueno es para nosotros que estemos aquí y hagamos tres enramadas…” (Marcos 9:5) Pero dicho eso, Dios dijo desde los cielos: “Este es mi Hijo amado; a él oíd. Y luego, cuando miraron, no vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo” (Marcos 9:7 y 8)

La gloria aquella se esfumó. Desaparecieron Moisés y Elías y quedó únicamente Jesús. Y Jesús, como el Hijo amado del Padre es exaltado por Dios, quien dijo: A él oíd. Él es suficiente. Él es únicamente a quien vosotros necesitáis…

¡Cuántas veces la gloria de la gracia de Dios llenó tanto nuestra visión que nos hizo olvidar de todo! ¿Cuántas cosas llenaron nuestro corazón de gozo y felicidad plenas! Pero luego, es como que esas sensaciones pasaron, y nos sentimos desalentados. Hoy Dios nos recuerda, que todas esas cosas existen y las tenemos en Cristo, y Cristo permanece con nosotros siendo suficiente para sostenernos en la esperanza, el gozo y la fe.

Muy pronto, gozaremos todo aquello en los cielos, pero mientras tanto, hagamos lo que se nos dice: “A Él oíd”.


Pensamientos para reflexionar

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