No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Juan 2:15-17)
La Biblia dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15) ¡Qué aseveración tan tajante que deja sin argumento a todo aquel que quiera justificarse!
La Biblia menciona cosas que se contraponen, pero que sin embargo se ven en quienes dicen pertenecer a Cristo:
Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mateo 6:24)
De la misma manera hay un antagonismo si alguien dice amar al mundo y al Padre.
Uno de los aspectos fundamentales de la salvación es la conversión. Conversión es un giro radical de 180°. Convertirse es dar vuelta y volverse a Dios.
Hay un cántico que lo expresa claramente: “Dejo el mundo y sigo a Cristo, porque el mundo pasará, más su amor, amor bendito, por los siglos durará.”
Todo cristiano verdadero, deja el mundo y sigue a Cristo. Hay algo que está mal en su corazón, si sigue amando al mundo y las cosas que están en el mundo luego de haber conocido a Cristo. En realidad, si ama al mundo, el amor del Padre no está en él, y esto es anormal, a no ser que realmente no sea un creyente.
Pensamientos para reflexionar