“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:7)
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad?” (Miqueas 7:18)
“Pero en ti hay perdón, Para que seas reverenciado” (Salmo 130:4)
Manasés, hijo de Ezequías, tuvo el reinado más largo en Jerusalén, pero, lamentablemente, hizo más mal a Judá y en Jerusalén que todo lo que hicieron los amorreos.
Fue un hombre volcado a la idolatría, que hizo lo malo ante los ojos de Jehová incursionando en toda clase de perversidades: Pasó sus hijos por fuego ofreciéndolos a Moloc. Levantó altares para los ídolos en la casa de Dios. Adoró a todo el ejército de los cielos. Fue dado a adivinaciones, agüeros y encantadores, haciendo encender la ira de Dios, quién muchas veces lo amonestó, pero a quién jamás escuchó.
Dios lo entregó en manos del ejército Asirio, los cuales lo aprisionaron con grillos y lo llevaron atado en cautividad. En ese momento, su corazón fue tocado. Estando en angustias, se humilló y oró a Dios y Dios oyó su oración, y lo perdonó y restauró a su reino. Entonces Manasés reconoció que Jehová era Dios (2 Crónicas 33:12,13)
Nadie que no fuera Dios, perdonaría a una persona como Manasés. Nadie tendría compasión de un hombre que hizo tanto mal. Pero Dios es grande en misericordia y es quien hoy, aún espera que todos aquellos que se han hundido en las profundidades del pecado se vuelvan a él en arrepentimiento.
En Dios hay perdón y restauración, pues no hay pecado que sea tan grande, que Dios no pueda perdonar en Cristo.
Pensamientos para reflexionar