Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre (Juan 10: 27-29)
“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13)
La Biblia enseña que la Salvación es de Dios. Enteramente de Dios. (Salmo 3:8, Jonás 2:9) Y que el hombre no tiene parte en ella para que pueda jactarse luego, ni para conseguirla, ni para mantenerla. Por eso encontramos claramente en las Escrituras que la salvación no se pierde.
Quien peca siendo un renacido, pierde la comunión con Dios. Pierde el gozo de la salvación. (Salmo 51: 12) pero no pierde su condición de hijo de Dios ni por ende su salvación. Basado en esto es que suele decirse: Una vez salvo, siempre salvo.
Esa seguridad de la salvación la asegura Dios mismo en su trinidad.
La asegura EL PADRE que nos hizo renacer y nos guarda para que alcancemos todo aquello que nos tiene reservado en los cielos. (1 Pedro 1:3-5) Y que es poderoso para guardar a sus hijos sin caída y presentarlos delante de su gloria con gran alegría (Judas 1:24)
La asegura El HIJO. Quien nos dio vida eterna asegurándonos que no pereceremos jamás ni que nadie puede arrebatarnos de su mano; y quien, conforme a la voluntad del Padre, tiene el mandamiento de que ninguno se pierda, sino que lo resucite en el día postrero (Juan 6:39 y 10:28)
Y lo asegura EL ESPÍRITU SANTO, quien nos selló como propiedad de Dios, no provisoriamente, sino hasta el día de la redención de nuestro cuerpo. (Efesios 4:30)
Pensamientos para reflexionar