“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36)
“Y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40)
“Los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:10)
Ninguno de los que se pierden eternamente, se perderá por no haber podido creer, sino por no haber querido creer.
Es cierto que el hombre en su estado natural, no busca a Dios, se aleja de la luz y rechaza y cuestiona todo lo que provenga de Dios. Sin embargo, aun eso tiene solución. Porque para que alguien crea, Dios trabaja su corazón. No hay quien busque a Dios, pero Dios busca al hombre. Y ya que el hombre tiene un corazón y una mente entenebrecida, Dios lo coloca bajo su luz y obra en su corazón para que escuche el mensaje del evangelio y la Palabra viva y eficaz accionada por el trabajo del Espíritu Santo, lo convenza y convierta.
Con todo, cada ser humano es responsable de la decisión que tome, y si la persona cuando está siendo trabajada por la Palabra, aparta la palabra de la mente y la rechaza, resistiendo además el trabajo del Espíritu Santo que trata de convencerlo de pecado, esa persona no podrá tener fe, ni creer; pero no será porque Dios no quiso salvarlo, sino porque él mismo decidió rechazarlo y se mantuvo con una voluntad activa para negarse.
Por eso la Palabra dice: “Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 4:7) Poniendo de manifiesto, no la dureza natural del corazón del hombre, sino su responsabilidad en endurecerlo adrede.
Pensamientos para reflexionar