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“¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5)
“Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:8)
“Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella), y se echó al mar” (Juan 21:7)
Isaías pronuncia “Ayes” que expresan dolor y sorpresa (Isaías 5:8-30) Por cosas que denotan impiedad, por las cuales la ira de Dios se revela desde los cielos (Romanos 1:18) “Ay” sobre los expropiadores de la tierra, sobre los bebedores y pecadores que viven de banquete en banquete, sobre los mentirosos, sobre los que a lo bueno dicen malo y a lo malo bueno, sobre aquellos a los cuales no se les puede decir nada, sobre los jueces injustos, valientes para pecar, pero cobardes para hacer justicia, Etc. Pero, en el capítulo 6, el profeta se encuentra ante el Señor sentado sobre un trono alto y sublime. Ve serafines que proclaman su santidad, diciendo: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:3) Y la cosa cambia. Allí el “Ay” no es pensando en los demás. Allí el Ay es para él. “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5)
¡Qué visión maravillosa! Cuando uno es consciente de que está ante la presencia de Dios, como le ocurrió también a Pedro (Lucas 5:8) no mira a los demás, sino que se considera a sí mismo y se siente nada, tomando una actitud reverente, porque se ve realmente ante la santidad de Dios y se goza en su gracia.
Pensamientos para reflexionar
