“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37,38
La fiesta de los Tabernáculos se celebraba en tiempo de la cosecha y recordaba el momento en el que el pueblo había morado en tiendas y cabañas temporales al salir de Egipto. Esta festividad miraba hacia adelante, al tiempo del reinado del Mesías cuando morarían en paz y prosperidad bajo los cuidados del Señor.
La gente en tiempos del Señor no pensaba en Dios. De labios lo honraba, pero su corazón estaba lejos de él (Marcos 7:6. Sin embargo, siempre dispuesta a festejar algo, festejaba la fiesta de los tabernáculos, así como la generación actual festeja las supuestas fiestas cristianas, con un corazón ajeno a su verdadero significado.
El Señor no estaba en esa celebración, ni comulgaba con ese espíritu, pero subió después como en secreto. Y allí, en un momento determinado,” se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba…” (Juan 7:37) ¡Bendito sea nuestro Salvador! Allí estaba él extendiendo su gracia a todo aquel que siente su necesidad.
Los cristianos, cuando festejamos algo, lo hacemos, conscientes de lo que es la gracia de Dios, congregados alrededor del Señor con adoración, no haciendo como hace el mundo. Más igual que el Señor Jesús, si en alguna oportunidad estamos rodeados de quienes no tienen a Cristo, somos llamados a levantarnos para presentarles la gracia de Dios para salvación por medio de Jesucristo.
Pensamientos para reflexionar