“Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:28)
“Ruego a los ancianos que están entre vosotros…: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:1-3)
Hablar de las autoridades de la iglesia genera discrepancias, porque en la cristiandad se han creado órdenes clericales, según el pensamiento y el criterio humano, y no según lo que enseña la Palabra de Dios. Por ese motivo, las autoridades de la iglesia varían según su credo.
La Biblia enseña que las autoridades de la Iglesia no son humanas, sino divinas. “Cristo es la cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador” (Efesios 5.23) La Palabra de Dios, es el único estatuto divino que se nos ha dado y que se levanta sobre todo pensamiento y parecer humano (Hechos 20:32) Y El Espíritu Santo, único director, para guiarnos a toda verdad y conducirnos en nuestro servicio. (Juan 16:13)
Los hombres, no son la autoridad, aunque el Señor confiere autoridad a quienes, por su piedad y cualidades espirituales, toman a pecho la responsabilidad de velar por el orden y el testimonio de la Iglesia. A estos hermanos fieles y responsables se los llama comúnmente ancianos, sobreveedores… La Biblia enseña que, a estas personas, para que oficien en ese sentido, independientemente del don que tuviesen, en un principio, las estableció la autoridad apostólica, o sus delegados, pero cómo es una función en la cual nos coloca el Espíritu Santo, (Hechos 20:28) no es la iglesia la que los establece, sino las que los reconoce. (1 Tesalonicenses 5:12.13)
Pensamientos para reflexionar