
“Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:15)
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4)
“La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3)
La Epístola a los Efesios nos muestra el propósito de Dios y las bendiciones que tiene para los creyentes. Los creyentes hemos sido elegidos antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él. Esto tiene que ver directamente con un propósito santificador, con una santificación especial, tal su carácter puro y santo.
Algunos, para desestimar a los cristianos que desean conducirse en fidelidad, ante cada actitud santa de los creyentes, dicen: “Eso es religiosidad…” ¡Cuidado! No podemos confundir el deseo de los creyentes de obedecer al Señor y andar como él anduvo, con religiosidad.
Dios que nos escogió para ser santos, quiere que andemos en santidad. ¿Cómo hay que hacer para vivir una vida de santidad?
Santidad es separación, No necesariamente separarse para refugiarnos en un claustro, sino, separación de las cosas que nos son de Dios. Ante cada decisión a tomar, el creyente tendría que preguntarse: ¿El Señor iría a este lugar que mi invitaron?, ¿participaría en esas conversaciones?, ¿se gozaría en tal o cual reunión? Y si no puede con toda libertad decir que sí, entonces es mejor abstenerse.
La vida en santidad es una vida feliz. La falta de santidad lleva a interrumpir la comunión con Dios, hace que el Espíritu Santo en nosotros se contriste, y además que suframos escuchando y viendo cosas que nos hacen mal (2 Pedro 2:8)
Pensamientos para reflexionar