
“A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19)
“Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis” (Josué 24:15)
En cada acto de la vida tomamos una elección, y si elegimos mal sufrimos las consecuencias. Esto sucede con las decisiones más importantes y hasta con las más simples, porque en cada esquina de la vida elegimos que hacer y tomamos una decisión.
Las personas nos relacionamos y juntamos por elección y es muy importante saber que Dios también ha hecho una elección. Siendo soberano, nos eligió a nosotros. “Nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efesios 1:4,5)
Los discípulos respondieron a su llamamiento, pero supieron también que habían sido elegidos previamente por el Señor (Juan 15:16)
El hombre también debe tomar una decisión y elegir creyendo en el Señor Jesús para ser salvo. Lógicamente, muerto en la insensibilidad de sus pecados no podría elegir el bien, ni la vida eterna, pero Dios trabaja su corazón e ilumina esa oscuridad para que el insensible se sensibilice, sienta el estado en el que se encuentra, y de esa manera pueda tomar la decisión de recibir a Cristo como Salvador.
El hombre, aunque esclavo de su albedrío a causa del pecado, es responsable ante Dios y no debe rechazar la Salvación ofrecida por gracia. Debe decidirse urgentemente por Cristo.
Pensamientos para reflexionar