
“Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1:21)
“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23)
La parábola del sembrador presenta cuatro terrenos de corazón donde cae la semilla de la Palabra de Dios.
Cuando se presenta la palabra, hay personas con el corazón tan endurecido que la semilla cae como en el camino. En la tierra apisonada la semilla no penetra, y como queda en la superficie, enseguida vienen las aves del cielo y se la comen, imposibilitando que germine.
La semilla entre pedregales nos hace pensar en aquellos que nos confunden, los que parecen salvos y no lo son. Los que reciben la palabra y esa semilla da un brote que nos entusiasma, pero no tienen profundidad en su convicción y cuando viene la prueba, y deben manifestar la realidad de su decisión afirmados en la fe, dejando de lado lo que ocupa el primer lugar en su corazón, no pueden.
La semilla entre espinos, por otro lado, nos presenta los corazones de aquellos que oyen, pero la Palabra en ellos se ahoga, porque están cargados de afanes. Allí la semilla no puede crecer porque la vanidad, el engaño de las riquezas y las codicias no dejan lugar para lo de Dios.
Pero felizmente tenemos el corazón comparado con la buena tierra. Allí sí la semilla germina y echa raíces porque encuentra un terreno propicio para desarrollarse. Estos son los que por esa palabra renacen (1 Pedro 1:23) y dan fruto con perseverancia (Lucas 8:15)
Pensamientos para reflexionar