Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras, muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras… Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe (Santiago 2:17- 24)
El pasaje citado de la Epístola de Santiago, es un pasaje clave, que merece una buena interpretación para no malinterpretar la doctrina bíblica en cuanto al valor de las obras.
El pasaje en sí, es sencillo. Todo hombre es pecador, y por lo tanto culpable y merecedor del justo juicio de Dios. Sin embargo, Dios justifica, es decir: declara justo, a todo aquel que reconociéndose pecador cree en Jesucristo como su Salvador. Para ser justificado ante Dios, el hombre es justificado por fe y no por obras que pudiese hacer, ni portándose bien para compensar sus errores. Por eso dice la Biblia: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios” (Romanos 5:1) Pero, Santiago, nos muestra otro tipo de justificación, la justificación ante los demás. Si alguno dice que es un hijo de Dios, debe mostrar por sus obras que, eso, es una realidad. No debe hacer obras para que Dios lo declare justo, sino que debe mostrar su fe, que es algo abstracto, en obras tangibles, para que la gente realmente vea que su fe es verdadera.
Lo enseñado en la Epístola a los Romanos y en la Epístola de Santiago, concuerdan perfectamente, pero se trata de dos justificaciones distintas. Una es para justificarse ante Dios, lo cual implica la salvación y es siempre por fe en Jesucristo. La otra, es para ser justificado ante los hombres.
Pensamientos para reflexionar