“Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21)
“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1)
“Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros” (Filipenses 3:17)
Cuando Lucas escribió el evangelio, indagó bien acerca de las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. (Hechos 1:1) Porque Jesús predicó con el ejemplo y no solamente con palabras.
Una vez un hombre trataba de convencer a otro con su cristianismo, pero quien le escuchaba le dijo: Mire, cómo usted se comporta, habla tan fuerte a mi corazón que no me deja escuchar lo que me está diciendo… ¡Qué terrible! Nuestra vida, nuestra piedad, nuestro testimonio, nuestro ejemplo, hablan vívidamente a las personas más que cien palabras. Además, debemos pensar que el ejemplo que uno da con su comportamiento en Cristo, es elocuente y a la vez beneficioso para quienes tenemos cerca, pues nadie vive para sí, ni muere para sí. Siempre todo lo que hacemos genera cosas, trasciende, influye…
Así como los malos ejemplos se pegan, y por eso la palabra nos advierte. También lo bueno contagia a quienes se van formando a nuestro lado. La Biblia dice: “No te juntes con el iracundo, Ni te acompañes con el hombre violento, No sea que aprendas sus maneras” (Proverbios 22:24 RVR77) Estar diariamente con gente quejosa, iracunda, violenta, maldiciente, reclamadora… termina por contagiarnos en algo. Pero también el hombre de paz, bueno, amable, sensible y compasivo influencia en los demás que tiene a su lado.
Imitemos a nuestro Señor así como lo hicieron los hombres de Dios que le sirvieron.
Pensamientos para reflexionar