
“Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba el pueblo amargamente” (Esdras 10:1)
“Si se humillare mi pueblo… y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14)
(Véase Esdras Capítulo 9 y 10)
En tiempos de Esdras, el linaje santo se había mezclado con los pueblos de la tierra, y hacían conforme a sus abominaciones, haciendo lo que tenían prohibido (Esdras 9:1-3) Esdras sintió dolor al ver como estaban pecando contra el Señor y viendo el estado del pueblo, tomó una decisión sabia, la cual nos deja grandísimas enseñanzas.
Esdras al ver como estaban las cosas, rasgó su vestido y su manto, y arrancó pelo de su cabeza y de su barba, y se sentó angustiado en extremo… Luego de eso se juntaron con él los que temían a la Palabra del Señor.
Siempre es así. Hay una gran bendición cuando el pueblo se humilla y confiesa sus faltas. Pero, debemos reconocer, ¡Qué difícil es que los hermanos sientan la humillación verdadera, reconociendo haber obrado mal! Por eso no podemos obligar a nadie, pero sí, empezar, aunque sea de a uno, humillándonos delante de Dios y haciendo confesión, como lo hizo Esdras. Luego, Dios tocará los demás corazones.
Hoy es tiempo de humillación. Al ver el testimonio de Dios en la tierra y reconociendo nuestra parte de culpa, tendríamos que reunirnos para orar y llorar delante de Dios, para que él nos cure.
Cada creyente y cada congregación debería sentir esto, y no seguir sumando más actividades como si nada pasara. Sino postrarnos en humillación y confesión a Dios, y allí las cosas seguramente cambiarían.
Pensamientos para reflexionar