“Entonces todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones… Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 Samuel 8:5-7)
Saúl, el primer rey de Israel, es llamado el rey según la carne, mientras que David fue el rey según el corazón de Dios. Esto se debe a que Saúl fue el rey que pidió la gente, pero que pidió dándole curso a los deseos de su carne. El pueblo presentó algunos argumentos para pedir que Dios le diera un rey, pero en definitiva eso fue desechar a Dios que reinaba sobre ellos y querer ser y manejarse como las demás naciones. (1 Samuel 8:5) ¡Qué elección terrible! Tristemente, esto mismo ocurrió con la cristiandad. En lugar de ser dirigidos por Dios como en el principio, la Iglesia se organizó asemejándose al mundo, eligiendo ser dirigidos por una cabeza humana y representativa en la tierra.
Dios, le concedió al pueblo su deseo. Es más, dejó que su rey fuera como a la carne le gusta. Un rey joven, bello, fuerte y destacado entre los suyos, pero de quien no se dice nada acerca de su fe y de su piedad. Y así les fue.
¡Qué cuidado debemos tener al hacer nuestras elecciones! Por más que humanamente elijamos lo mejor, eso mejor, fuera del pensamiento de Dios, finalmente no nos satisfará.
La Biblia dice: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo” (Jeremías 17:5) Lamentablemente, este pecado fue el que cometió Israel y también la cristiandad.
Pensamientos para reflexionar