
“Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; Mas ahora guardo tu palabra” (Salmo 119:67)
“No menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo” (Hebreos 12:5)
“Que el justo me castigue, será un favor, Y que me reprenda será un excelente bálsamo” (Salmo 141:5)
La disciplina de Dios siempre tiene por objetivo nuestro bien y nuestra restauración.
Restaurar, en el lenguaje original, tiene el sentido de ensamblar, volver a lo recto. En medicina, ese vocablo se usa en el caso de ensamblar un hueso quebrado.
El sentido de la palabra restauración tiene una enseñanza hermosa. Los hombres tienen capacidad para soldar lo que se haya quebrado, pero, allí donde se ha soldado, siempre se debe tener cuidado; pues el material queda debilitado.
El trabajo de Dios en cambio es distinto. Dios nos muestra, en el caso de un hueso que se ensambla (restaura) luego de haberse quebrado; que allí, se forma un callo óseo, y aquel hueso restaurado, podrá volver a quebrarse en cualquier lugar, menos en ese.
Así sucede cuando un alma ha experimentado la disciplina de Dios y ésta, ha llevado sus frutos. Al pecado que produjo tal disciplina se le tiene horror.
La disciplina cumplió su objetivo cuando la persona arrepentida confesó sinceramente su pecado, Y Dios, que lo perdona y lo limpia, también lo restaura. (1 Juan 1:9)
Pensamientos para reflexionar