
“Y estas señales seguirán a los que creen… Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían. Amén.” (Marcos 16: 17,20)
“Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros” (Hechos 3:16)
La Biblia enseña que los hombres son salvos por gracia, mediante la fe. Sin fe, la salvación es algo imposible.
La Biblia también enseña que esa fe no es algo innato en el hombre, sino algo que se produce cuando la persona recibe la Palabra de vida y deja actuar a Dios por su Espíritu en él.
Esa fe “es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17)
La salvación, no es como muchos piensan, algo que producen los milagros, etc. Al leer esto, algunos se preguntarán: ¿Entonces por qué Dios obró milagros por manos de los apóstoles? ¿Qué sentido tenía?
La respuesta es sencilla. Esos milagros y señales, confirmaban el origen divino de la Palabra. Cuando Jesucristo fue presentado como resucitado de entre los muertos, comenzando desde Jerusalén, donde había sido crucificado; la gente que lo había desechado no creía que estuviese vivo. Los milagros que se hacían en su Nombre, probaban su resurrección y los confrontaba ante el inmenso pecado que habían cometido (Hechos 3:14) Confirmando además que el mensaje que les hablaba del arrepentimiento y fe en Jesucristo era de parte de Dios.
Los milagros eran notoriamente visibles, pero Dios se revela a la fe, no a la vista.
Si se hubiesen convertido todos los que recibieron un milagro en tiempos del Señor, hubiera habido miles de creyentes oponiéndose a la crucifixión.
(Continúa en la parte 2)
Pensamientos para reflexionar