“Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14:13)
Una de las bendiciones más grandes que tenemos los creyentes, es la de dirigirnos a Dios en oración.
Se ha dicho muchas veces que la oración es la respiración del alma. Al orar, encontramos alivio, tranquilidad emocional, paz…
Al orar, hacemos una realidad: “echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7)
Debemos practicar más la oración, volcando el alma ante Dios, “en peticiones… con toda oración y ruego con acción de gracias” (Filipenses 4:6) No repitiendo siempre lo mismo, ya sea con oraciones a las cuales nos acostumbramos, ni con rezos establecidos por la religión que se repiten una y otra vez. Jesús dijo: “Orando, no uséis vanas repeticiones” (Mateo 6:7)
Hay quienes dicen; ¿Para qué orar si Dios sabe todas las cosas? Y es verdad, Dios lo conoce todo. “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (Mateo 6:8)
Sin embargo, él nos dice: “ABRE TU BOCA, Y YO LA LLENARÉ” (Salmo 81:10) No porque necesite informarse, sino porque se goza en vernos dependientes y en comunión con él; experimentando su poder y su amor en las respuestas.
Cotidianamente recibimos cosas buenas de parte de Dios sin haberlas pedido; Y lo tomamos como si fuera natural, sin valorarlo como deberíamos.
En cambio, lo recibido como respuesta de Dios, produce en nosotros adoración.
Pensamientos para reflexionar
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