“Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido…” (Mateo 11:20)
“Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:22-24)
Dios obra milagros todos los días a favor de los suyos. Jamás su mano se ha cortado, ni su poder ha menguado como para que Dios no pueda hacer cuando quiera, lo que quiera, si lo ve conveniente.
Dios obró grandes milagros, por ejemplo, cuando sacó a su pueblo de Egipto. Luego, hubo tiempos en la historia de Israel, donde no tenemos relatos de hechos milagrosos.
Al comienzo de la dispensación de la Iglesia hubo grandes manifestaciones del poder de Dios por manos de los apóstoles, que luego no vemos en los últimos días de Pedro, de Pablo, de Juan … aunque la Palabra de Dios siguió obrando para salvación siempre, porque los hombres se salvan por gracia, mediante la fe, no por vista. Y la fe la produce Dios y no la constatación de las cosas, ni las demostraciones de poder.
Si los milagros serían un medio de salvación, Jeroboán, luego de haber recuperado el uso de su brazo hubiera abandonado la idolatría. (1 Reyes 13:1-6)
Si los milagros produjeran la fe, uno de lo más fervorosos creyentes hubiera sido Judas Iscariote, quien los vio y experimentó al menos por tres años seguidos en su vida.
Alguien que creyó al ver milagros, fue Simón el mago (Hechos 8:13) Sin embargo, esa no fue una fe salvadora, porque luego manifestó no tener parte ni suerte entre los creyentes. (Hechos 8:20-23)
Pensamientos para reflexionar