“Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza… Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: ¿No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso?” (Colosenses 2: 20-22)
Alguien dijo: “Todo recién convertido tiene un religioso en su corazón, es decir, un legalista en recuperación por medio de la santificación” Entendemos bien el sentido de la frase, pero tenemos que decir que, en realidad, no es del todo precisa, pues esa no es la parte del recién convertido, sino que es lo que hay en el corazón de todos los hombres. Y que el convertido, lo que tiene ahora, es la vida eterna. El conocimiento de Dios. Tiene al Espíritu Santo morando en su interior dándole testimonio, y todo lo que eso implica.
Todo ser humano, es religioso por naturaleza, pues lo sepa y lo crea o no, fue creado por Dios para vivir en su comunión, y al vivir bajo las consecuencias del pecado, anhela la vida eterna, busca la deidad, la inmortalidad, la armonía de su ser, la paz… Eso lo lleva a querer religar de alguna forma su vida, pero al hacerlo sin Dios y en oscuridad lo hace por medios religiosos; formas y ritos, cayendo generalmente en la idolatría al representarse a un Dios a la medida de su gusto y su comprensión.
Algo parecido sucede con el legalismo. Pues, cuando no se comprende la gracia, el hombre establece leyes y dictámenes generales para todos que luego debe imponer.
Tengamos presente que siempre la religiosidad y el legalismo son formas de desconocimiento de la verdadera gracia de Dios.
Pensamientos para reflexionar