
“La grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado” (Apocalipsis 11:8)
En cierta ocasión, Abram vio que el hambre era grande en la tierra y descendió a Egipto.
Eso no fue un paso de fe. Egipto es figura del mundo. Su fe tambaleó, y buscó los recursos en lo que sería el mundo. Allí prosperó, y cualquiera diría que le fue bien, pero, en Egipto no hubo altar, y negó verdades fundamentales. En ese tiempo no adoró y eso sí, fue una gran pérdida.
El creyente que desciende a Egipto, <al mundo>, termina negando quien verdaderamente es, y aunque prospere materialmente, su condición de adorador y su relación con Dios, vista en figura, condicionada al altar, estarán ausentes.
La gracia interviene, y Abram sale de Egipto. “Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el, hasta el lugar donde había estado antes su tienda entre Bet-el y Hai, al lugar del altar que había hecho allí antes; e invocó allí Abram el nombre de Jehová” (Génesis 13:3,4)
Fuera de Egipto, adora nuevamente.
Egipto, nos recuerda, figurativamente, la esclavitud, el despotismo del amo fuerte de donde fuimos sacados, y adonde no debemos volver. (Deuteronomio 17:16)
No faltarán ocasiones en que nos veamos tentados a descender al mundo; esto sería olvidar nuestra condición, colocándonos nuevamente en esclavitud a cambio de algo.
¡Cuidado! En Egipto no hay altar. En Egipto no se adora.
Esperémoslo todo de parte de Dios.
Pensamientos para reflexionar
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