
“Dicen, pues, a Dios: Apártate de nosotros, Porque no queremos el conocimiento de tus caminos” (Job 21:14)
“Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos” (Hebreos 12:25)
Un hombre malvado quiso deshacerse de su perro. Con esa intención, un día, lo llevó al río, lo subió a un bote y cuando estaban en el medio del río, lo arrojó despiadadamente al agua. El perro intentaba nadar, y el hombre lo alejaba del bote pegándole con su remo, hasta que en un descuido el hombre se cayó al agua. Al no saber nadar bien, el hombre se hundía en las aguas hasta que el perro lo agarró de sus ropas y lo arrastró hasta la orilla.
Aquel a quien había rechazado, fue finalmente su salvador.
Esta historia que a muchos sensibiliza, es un pequeño reflejo de algo peor, y que es el trato del hombre para con Dios. El hombre sí que constantemente se quiere desligar de Dios. Verse libre de cualquier manera, sacando de su mente todo precepto divino y evitando que Dios tenga injerencia en su vida, y así le va. Sin embargo, Dios, que es un Dios de amor, le ha provisto en Cristo una salvación maravillosa y una y otra vez se acerca y lo llama teniéndole misericordia. Y a pesar de lo que somos por naturaleza: “aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia…” (Romanos 1:30,31) no deja de amarnos, sino que desea salvarnos por medio de Jesucristo. (Juan 3:16)
Pensamientos para reflexionar