
“Entonces les dije: Cada uno eche de sí las abominaciones de delante de sus ojos, y no os contaminéis con los ídolos de Egipto. Yo soy Jehová vuestro Dios. Mas ellos se rebelaron contra mí, y no quisieron obedecerme; no echó de sí cada uno las abominaciones de delante de sus ojos, ni dejaron los ídolos de Egipto; y dije que derramaría mi ira sobre ellos” (Ezequiel 20:7 y 8)
Un sacerdote acostumbraba a decir luego de sus sermones la siguiente frase: “Y el que no quiera creer, tiempo tendrá para ver…” ¡Una muy cierta y solemne declaración!
Cada vez que un predicador, le dice al hombre su deber tal como lo enseñan las Sagradas Escrituras, encuentra con que muchos retroceden y huyen, y otros se quedan, pero no se convierten. Dios espera mucho más que eso. Espera que los corazones se abran y confíen en Cristo como su Salvador. Sabiendo que quien no quiera creer, tiempo tendrá para ver que lo que se estaba diciendo era la verdad. Lamentablemente, muchos harán esta constatación demasiado tarde, cuando en el hades ya sea demasiado tarde ser salvos.
Hoy es el tiempo en el que Dios está llamando a los hombres. Pero, el tiempo apremia de manera tal, que no se dice ni siquiera hoy, sino, ahora. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6.2) Y quien no quiera creer, tiempo tendrá para ver…
Nadie que escuche el mensaje del evangelio puede tomarlo livianamente y no convertirse. Y si no se convierte sepa que corre el riesgo de acostumbrarse a recibir el apercibimiento divino y hacerse insensible, no pudiendo tener jamás la certeza si habrá para él, una nueva oportunidad.
Por eso, como está escrito: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:15)
Pensamientos para reflexionar