“Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos…” (Éxodo 3:6-8)
Otra de las maravillosas verdades que Moisés aprendió frente a la zarza, es que Dios es Dios de vivos y no de muertos, porque para él todos viven. Este pasaje es el que recuerda nuestro Señor y el que tomó para enseñarnos esa verdad tan maravillosa. (Véase Lucas 20: 37,38) Así, nosotros, debemos recordar siempre que tenemos un Dios viviente y que los hombres perduran más allá de la muerte.
Y dijo Dios a Moisés: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos…” (Éxodo 3:7,8) ¡Qué analogía más maravillosa! Así, tal cual, pasó con nosotros.
Dios miró desde los cielos. Dios conoció nuestras angustias. Dios conoció a nuestros exactores, es decir, conoció lo que nos estaba oprimiendo que eran las fuerzas del mal, el pecado y sus consecuencias, y descendió en la persona de su Hijo, para librarnos. ¡Bendito sea nuestro Dios!
Esto es algo que todo siervo de Dios debe recordar, porque este será su mensaje siempre, su predicación, no importa el lugar ni el tiempo en el que se encuentre.
Dios finalmente anuncia que los sacaría de la esclavitud y los llevaría a una nueva tierra, donde gozarían de su bien, lo cual es una figura hermosa de lo que hizo también con nosotros.
Pensamientos para reflexionar