“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado” (Salmo 51:1-4)
“Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:5)
David había pecado gravemente. Había faltado a sus responsabilidades, codiciado la mujer de su prójimo y adulterado, y, por último, tratando de cubrir su pecado, había asesinado, haciendo blasfemar a los enemigos de Jehová (2 Samuel 12:9, 14)
Para muchos una sucesión de pecados así, con sus consecuencias irreparables, no tenía perdón. Sin embargo, David se arrepintió profundamente y confesó su pecado sinceramente delante de Dios, sabiendo que al corazón contrito y humillado Dios no lo despreciaría.
David merecía morir, pero fue perdonado. David, verdaderamente se arrepintió y gustó la gracia.
Él dijo: yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí (Salmo 51:3) porque la culpa lo atormentaba; pero no escapó de Dios, sino que lo buscó más y más, porque confiaba en aquella gracia, por la cual el hombre recibe lo que no merece, como lo son el perdón y la restauración.
“Mi pecado está siempre delante de mí”. Inevitablemente, los recuerdos y el dolor de haber fallado siempre vuelven. Y aunque quien haya pecado, sepa y sienta que ha sido perdonado, y recuerde que Dios dijo: Y nunca más me acordaré de vuestros pecados y transgresiones (Hebreos 10:17) Dios permite muchas veces que los recuerdos vuelvan, no para atormentarlo, sino para crear en él, una mayor conciencia de lo grande que ha sido la maravillosa gracia de un Dios que perdona (Nehemías 9:17)
Pensamientos para reflexionar