“El que ara para sembrar, ¿arará todo el día? ¿Romperá y quebrará los terrones de la tierra? Cuando ha igualado su superficie, ¿no derrama el eneldo, siembra el comino, pone el trigo en hileras, y la cebada en el lugar señalado, y la avena en su borde apropiado? Porque su Dios le instruye, y le enseña lo recto” (Isaías 28:24-26)
Como hemos visto, cada terreno corresponde al estado de corazón donde cae la semilla y podemos bien asemejarlo a personas que manifestaron esas características. Los fariseos del tiempo del Señor Jesús. Los discípulos que se volvieron atrás cuando se les dijo que era necesario comer su carne y beber su sangre (Juan 6:26-66) El joven rico, y tantos otros… Como así la semilla en la buena tierra con todos aquellos que recibieron la Palabra y creyeron en el Señor Jesús llevando fruto para la gloria de Dios.
Esos estados de corazón donde la semilla no puede germinar para luego dar fruto, son estados muy tristes en el que se encuentran las almas, pero no son estados perpetuos. Por la Gracia de Dios, hay un trabajo divino que hace que el corazón endurecido sea arado por diversos medios. Que el corazón pedregoso sea quebrantado por el martilleo de la palabra que quebranta la piedra (Jeremías 23:29) y que los espinos y abrojos sean desmalezados para que nada ahogue el desarrollo de la semilla. Este trabajo lo hace Dios por medio de su Espíritu preparando los corazones para que la semilla no tenga obstáculos. Por eso, vemos a personas que habiendo escuchado el evangelio en otro momento y cerrado su corazón, hoy, con corazones quebrantados por ciertas experiencias vividas, se encuentran en mejores condiciones para recibir el mensaje de salvación.
Pensamientos para reflexionar