EL CREYENTE EN PECADO

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 1:21)

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9)

Él mira sobre los hombres; y al que dijere: Pequé, y pervertí lo recto, Y no me ha aprovechado, Dios redimirá su alma” (Job 33:27,28)


No hay peor condición, con respecto a vivir en angustia que la que vive un creyente en pecado.

Un creyente que vive en feliz comunión con el Señor, es feliz, y tiene, a pesar de todas las situaciones que le toque vivir, gozo en el Espíritu Santo que, es el gozo que se experimenta en el reino de Dios (Romanos 14:17)

Un incrédulo vive la vida despreocupadamente. Va a la condenación eterna, pero en eso no piensa. Sufre las consecuencias de su pecado, de sus malas decisiones, etc. pero busca distracción y placer en las cosas del mundo, siempre presto a toda celebración, fiesta, u oportunidad donde se encuentre con sus pares para hacer lo que le guste, aunque eso le haga daño.  En su inconsciencia total no se preocupa por nada.

En cambio, un creyente al cual Dios redimió de la esclavitud del pecado y del presente siglo malo (Gálatas 1:4) debe vivir para Dios y en su comunión. Tiene una naturaleza divina que no es compatible con el pecado y el mal. Por lo tanto, si cayó en pecado, debe levantarse, confesar su pecado en arrepentimiento y seguir adelante por la gracia de Dios. Si no lo hace, todo el tiempo que viva en esa condición, será su tormento. No podrá gozar de las cosas espirituales, ni tampoco disfrutar como lo hacen los incrédulos de las cosas del mundo.


Pensamientos para reflexionar

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