“Misericordioso y clemente es Jehová; Lento para la ira, y grande en misericordia… No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, Engrandeció su misericordia” (Salmo 103: 8 y 10)
“Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8)
“Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda, más al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4,5)
Cuando Dios obra en gracia, nos da lo que no merecemos. Pues gracia es justamente eso: Un favor, un don inmerecido dado simplemente por amor. En cambio, cuando Dios obra con misericordia no nos da lo que merecemos, que sería justamente lo que ameritan nuestros pecados.
Dios es así. Un Dios de toda gracia (1 Pedro 5:10) Un Padre misericordioso (Lucas 6:36) Nosotros, debemos ser imitadores de Dios como hijos amados. (Efesios 5:1) y obrar en gracia para con los demás, siendo misericordiosos.
Esto en la práctica, no lo podemos cumplir, si en nuestros corazones hay una raíz de amargura que no nos deja perdonar, o un espíritu justiciero que quiere que cada uno que haya faltado reciba su merecido. Porque el vivir deseando que cada uno reciba su merecido, es carente de misericordia, como así está carente de toda gracia, aquel que no puede perdonar.
Estos principios los debemos tener presente siempre como cristianos. Dios perdona y no es injusto al hacerlo, sino que es fiel y justo (1 Juan 1:9) Pero no justo según el entendimiento de los hombres, perdonando al bueno que lo merezca, pues en ese caso nadie sería perdonado. Sino justo para con Cristo, quien pagó por nuestros pecados, Por eso Dios perdona a todo aquel que creyendo en Jesucristo se arrepiente y confiesa su pecado y al perdonar, no deja de ser santo ni justo.
Pensamientos para reflexionar