“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 7-9)
Muchos piensan que ser fuerte es mostrarse temerario en la adversidad. Sin embargo, la Biblia enseña algo diferente. En ella está escrito: “Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas… dichoso el hombre que en ti confía” (Salmo 84:5 y 12) Porque la fuerza verdadera es la que viene de parte de Dios. Por eso el salmista no decía: Yo nunca le temo a nada… Sino, “En el día que temo, Yo en ti confío” (Salmo 56:3) y se fortalecía en el Señor y en el poder de su fuerza (Efesios 6:10)
Cuando atravesamos momentos difíciles, lo primero que deseamos es ser librados de aquello que nos pone a prueba, pero quizás eso no sucede, y allí el alma busca al Señor en oración y ruego haciendo experiencias que son incomparables, porque son mucho más intensos esos momentos de oración y comunión que los que solemos tener en tiempos de bonanza.
Pablo vio cosas que elevaron su alma hasta las alturas más pronunciadas, pero le fue dado un aguijón en la carne y que un mensajero de Satanás lo abofetee, con lo cual convivió a pesar de haber orado por ello. Eso no solo lo resguardó de exaltarse sobremanera, sino que le hizo experimentar la gracia del Señor tan intensamente, que hasta pudo decir: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10), bastándole solo la gracia de Dios.
Pensamientos para reflexionar