“Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano” (Eclesiastés 11:6)
“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Romanos 10:13-15)
Al pensar en la predicación del evangelio, siempre debemos recordar que el Señor comparó ese trabajo de pescadores de hombres en el reino de Dios, con una red que es echada en el mar que recoge toda clase de peces (Mateo 13: 47) La red, es echada en el mar, figura del mundo, no en un estanque ni en una pecera. Esto, deben recordarlo aquellos que conocimiento la sana doctrina, piensan que el trabajo del evangelio es para que lo hagan los creyentes que se encuentran dispersos en las denominaciones que fueron formadas por la voluntad humana. Y que ellos, supuestamente, solo tienen la misión de mostrarle a esos convertidos, los errores de los sistemas religiosos de donde provienen, llevándolos luego para su congregación.
Obviamente, debido a la confusión religiosa que existe, es muy necesario predicar el evangelio tanto a los inconversos como entre los que dicen ser de Cristo y enfatizar siempre en la seguridad de la Salvación por gracia mediante la fe. Pero, esto no significa que debamos salir a pescar lo que otros pescaron.
Debemos salir y predicar el evangelio a toda criatura. Salir y hacer discípulos, enseñándoles que guarden todas las cosas que el Señor nos mandó. Luego si encontramos a quienes necesitan ser ayudados en su comprensión y su fe, con todo gusto lo haremos, pero la comisión es sencilla: Id, haced, bautizad, enseñad… (Mateo 28:19-20)
Pensamientos para reflexionar