“Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:9,10)
“Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón… Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia” (Joel 2:12,13)
Todas las personas necesitan convertirse. Convertirse es volverse a Dios. Es dar media vuelta y cambiar el rumbo yendo hacia Dios.
Todas las conversiones se producen por la acción del Espíritu Santo y la Palabra de Dios obrando en el ser interior. Sin embargo, tal como sucede con las huellas dactilares, aunque todas se parecen, no hay ninguna exactamente igual a la otra.
El Espíritu Santo convence de pecado, pero algunos son convencidos sintiendo quizás particularmente el vacío de su alma. Otros, en lugar de vacío, sienten temor, otros, culpa, otros un sentimiento agudo de la realidad y así. Mas, todos son llevados a los pies de Cristo, porque él es el único camino para llegar al Padre. (Juan 14:6)
Debido al temperamento y carácter de las personas, cada uno tiene también manifestaciones distintas en su conversión. Influye mucho en eso la condición en la que se halla el alma cuando se encuentra ante Dios y el mensaje del evangelio. Hay quienes sintiéndose totalmente quebrados emocionalmente, recuerdan el día y la hora de su conversión, otros, como en el caso de personas de familias cristianas, que desde pequeños se familiarizaron con las cosas de Dios, no recuerdan el momento preciso, pero todos los salvos por gracia mediante la fe, tuvieron que ser trabajados por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios para pasar de la muerte a la vida.
Pensamientos para reflexionar