
“Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios? ¿Y cómo será limpio el que nace de mujer? He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, Ni las estrellas son limpias delante de sus ojos” (Job 25:4,5)
“¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” (Jeremías 13:23)
El pecado, entre otras tantas cosas, acarrea culpa y condenación ante Dios. Contamina, ensucia y deja en una condición inmunda a quien cae en él. Los seres humanos no tienen manera de salir de ese estado, sino a través de la provisión de Dios.
Muchas veces el hombre pensó: Yo he pecado contra Dios, hice cosas malas, pero también hice cosas buenas y Dios sopesará las cosas. Finalmente, Dios, comprenderá que tan malo no soy y me perdonará. ¡Error!
Otros dijeron: Todos somos pecadores, pero si nos acercamos a Dios por medio de la religión y cumplimos con Dios haciendo cosas buenas, Dios verá nuestras obras y finalmente nos recibirá. Otro error. Porque la salvación no es por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:8)
Nadie puede limpiarse solo. Y Dios que es muy limpio de ojos, dice: Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí” (Jeremías 2:22)
La única manera de lavar la mancha del pecado, es por medio de la sangre de Jesucristo su Hijo que nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7)
¿Cómo colocarse bajo la eficacia de esa sangre preciosa? Creyendo en el Señor Jesús como salvador. Reconociendo que solamente él por medio de la entrega de su vida como ofrenda por el pecado, nos limpia y nos hace aceptos delante de Dios.
Pensamientos para reflexionar