“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos” (Romanos 6:11-13)
Esta posición que tenemos vinculados e identificados con Cristo en su muerte, debe ser la realidad que se manifieste en nuestra conducta, si somos de Cristo.
Pensemos en esto. Los que somos de Cristo, no decimos solamente que no iremos a juicio condenatorio, lo cual es cierto, pues “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1) declaramos también que con Cristo estamos juntamente crucificados, y que ya no vivimos nosotros, sino que Cristo vive en nosotros. ¡Qué declaración solemne!
Alguien podría decir observando la vida de algún creyente: ¿Si ya no vives tú, porque sigues haciendo las mismas cosas que hacías antes de conocer a Cristo? ¿Por qué no puedes ser libre del pecado, y te encuentras atado a todo aquello que Dios no quiere, si supuestamente tu ya no existes y Cristo es quien vive en ti? Y ante estas supuestas preguntas que podrían hacerse en muchísimos casos, viendo la vida de los que dicen pertenecer a Cristo: ¿Qué respuesta se daría? No hay respuesta. Se pueden argumentar muchas cosas como que somos flojos, débiles etc. pero eso estaría en relación a nosotros, no a Cristo, y nosotros, estamos declarando que Cristo vive en nosotros. Además, la Biblia dice que el que es nacido de Dios no practica el pecado.
Recordemos esto: Cristo no tiene relación con el pecado, por lo tanto, los que somos de Cristo tampoco.
Pensamientos para reflexionar