Yo sé que mi Redentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo;
Y después de deshecha esta mi piel, En mi carne he de ver a Dios (Job 19:25,26)
Cuentan que una vez, un hombre se paseaba sobre la cubierta de un barco, con un diario en la mano, y al ver a una niña leyendo la Biblia, socarronamente le dijo: Mira pequeña. Aquí está escrita la experiencia de un cosmonauta soviético, que al volver del espacio dijo: “Estuve en el cielo, pero no he visto a Dios”. ¿Sabes? Yo también he viajado mucho por todos lados, viendo maravillas, pero nunca he visto a Dios; y soltó una carcajada… La niña, con inocencia le dijo: ¿Sabe señor? En la iglesia me enseñaron este versículo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8) Esta respuesta contundente de la Palabra, bastó para cerrar la boca de aquel burlador y dejarlo pensando.
Efectivamente, la Biblia dice que el hombre necesita un corazón limpio para tener contacto con Dios. Y también dice: “¿Pero cómo será limpio el que nace de mujer?” (Job 25:4) Si “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá… dijo Jehová el Señor” (Jeremías 2:22)
Para tener un corazón limpio, es necesario aceptar el sacrificio de Cristo; porque “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7)
Únicamente los que reciben a Cristo como su Salvador, son los que “Irán de poder en poder; Verán a Dios en Sion” (Salmo 84:7)
Pensamientos para reflexionar