“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo 5:3)
“Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños” (Mateo 18:10)
Teresita, era una mujer que estaba sufriendo. Su edad era avanzada, estaba enferma y con una gran depresión. Sus días eran eternos, su soledad angustiante…
El Señor en su gracia, le hizo conocer a una joven creyente, quien con mucho amor le habló de su Salvador el Señor Jesús. Teresita, ya no tenía la mente muy lúcida, pero ese gesto de amor de la joven creyente tocó fuertemente su corazón, y cuando se la invitó a las reuniones, aceptó gustosa.
Nadie podría decir cuál era su medida de comprensión al escuchar las predicaciones. Nadie podría precisar si todo aquello que estaba oyendo lo comprendía y lo recordaría, pero sí, todos podían ver que Teresita, allí, en la presencia del Señor Jesús era feliz.
Su rostro se iluminaba y muchas veces le corrían las lágrimas ante algunas expresiones de la Palabra. Teresita encontraba durante las reuniones, un pedacito de cielo.
¡Cuántas personas conocemos como Teresita que, a pesar de sus dificultades de comprensión, limitaciones o sufrimientos, encuentran en los momentos junto al Señor su pedacito de cielo!
Esas personas, esperan los momentos de reunión con ansias. Su corazón late fuerte para el Señor y son felices estando a su alrededor junto a los hermanos.
Esas personas son como ángeles que el Señor pone a nuestro alrededor y por su predisposición, hacen que el Espíritu de Dios bendiga el lugar de reunión de una manera particular.
Pensamientos para reflexionar