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“Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo… Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (Juan 1:3,8-9)
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1 Juan 2:1)
Aunque suene extraño, a veces en los círculos cristianos, existe una gran dificultad ante los pecados luego de la conversión. Con gran confianza en la obra de Cristo muchos proclaman que cualquier pecado que los hombres hayan cometido, hallan perdón en la obra perfecta y consumada llevada a cabo por nuestro Señor muriendo por nuestros pecados. Sin embargo, esa seguridad y firmeza en la obra de Cristo, cambia, cuando se encuentran frente a pecados cometidos por alguien que pecó luego de haber conocido a Cristo. Allí es como que la gracia no es tan efectiva.
Allí aparecen las conclusiones y los razonamientos humanos, tales como: “Quien peca, luego de haber conocido a Cristo como su salvador, no era salvo…” “Quien peca luego de haber conocido a Cristo como salvador, era salvo, pero al pecar perdió su salvación…” “Para el creyente siempre hay perdón si se arrepiente y confiesa sus pecados, pues Dios lo perdona y esa persona irá al cielo, pero hay pecados que, en la tierra, no tienen perdón…” O pensamientos por el estilo, que francamente, vemos que no coinciden con lo que enseñan las Escrituras y desmerecen la gracia de Dios.
Primero y, ante todo, debemos tener en claro que no hay pecado que Dios no pueda perdonar en Cristo, a quien se arrepiente y lo confiesa sinceramente, y que quien haya nacido de nuevo, no puede perder su salvación.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar
