“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36)
Dios en su amor se acerca continuamente a los hombres para hacerles bien, pero los hombres lo rechazan.
Así fue desde siempre, por eso, aun de su pueblo Israel dice: “Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor” (Romanos 10:21)
Hay una voluntad activa obrando en el hombre, que lo aleja de Dios. Esto manifiesta, que aquel que se pierde por no haber recibido a Cristo, no se pierde porque le haya faltado la oportunidad de conocerlo, ni porque haya nacido predestinado para perderse; sino porque no ha querido recibirlo.
El Señor Jesús dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37) Él se presentó como salvador, pero tristemente tuvo que decir: “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40)
El pecado en la naturaleza del hombre, lo hace repudiar el bien. Debido a esta condición, es Dios quien busca incesantemente a sus criaturas, porque de otra manera jamás se acercarían a él. Los llama con amor y les ofrece su perdón a través de Jesucristo. Quién oye este bendito llamado, no debe hacerlo esperar. Debe abrir su corazón para recibir a Cristo y entregarle su vida.
Pensamientos para reflexionar