En un tiempo como el que vivimos, donde el evangelio se ha extendido tanto y la Palabra de Dios ha llegado a lugares tan recónditos, no podemos menos que darle gracias al Señor por su obra, y siendo objetos de sus favores, ocuparnos en aquellas cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. (“2da Pedro 1:3) Para responder a su gracia “andando como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:10)
A esta conclusión seguramente llegamos todos los hijos de Dios, pues al ver la Palabra correr y llevar sus frutos, ¿cómo podría no encontrar en nosotros corazones agradecidos y deseosos de responder a aquella gracia en fidelidad? Pero, lamentablemente, a la par de aquella gran obra de Dios, el enemigo va haciendo la suya. Esto lo decimos, no refiriéndonos ahora a su gran obra en el mundo profano y alejado de Dios, sino en el mismo ámbito cristiano. Podemos ver con mucho dolor, como a medida que el evangelio se extiende, crecen las divisiones y los principios divinos se cuestionan, como si la Palabra hubiese cambiado o se tuviera que adaptar a los tiempos que vivimos.
Con el tiempo las cosas se elastizan tanto, que ya lo malo no lo parece tanto, sino que se toma como algo relativo y hasta aceptable. Para no caer en esto que decimos, es necesario, que cada persona que recibe el mensaje divino, tenga aquella actitud de los santos de Berea, de los cuales se da testimonio diciendo que: “recibieron la Palabra con toda solicitud escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:11) Tan solamente tomando la verdad en un todo, y dándole cabida en el corazón, podremos ser guardados de los errores comunes en nuestros tiempos, cuando como decíamos, el evangelio se extiende, pero, también se extiende la proliferación de todo tipo de sectas con sus efectos de confusión.
Veamos ahora las cosas como son según el pensamiento de Dios hallado en su Palabra, para que sepamos juzgar correctamente, pues a pesar de nuestras propias flaquezas el Señor sabrá indicarnos el camino recto, y “si alguno quiere hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17)
Pensemos en lo que es la Iglesia del Señor, y la reunión de los santos en torno a su Persona, según lo dicho en Mateo 18:20 “Donde están dos o tres congregados en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos” y veremos cuanta confusión al respecto, a pesar de que cada grupo de creyentes diga conocer y reunirse de esta manera.
El tema: la Iglesia, y lo que es la reunión de los hijos de Dios al sólo nombre del Señor, es algo muy amplio, que no podríamos abarcar en este escrito, por lo tanto nos limitaremos a meditar solamente algunos puntos claves para ver la enseñanza divina, y notar como estas claras enseñanzas, son en la práctica negadas en cada secta y facción cristiana.
Para comenzar debemos tener presente, que las enseñanzas acerca de la Iglesia las tenemos en el Nuevo Testamento, mas precisamente en los Hechos de los Apóstoles y en las epístolas. Aunque haya detalles, figuras y menciones en toda la Escritura, sabemos bien que la Iglesia recién se formó con el descenso del Espíritu Santo, relato que encontramos en el libro de los Hechos cap. 2, y que la revelación en cuanto a ella, ha sido el ministerio confiado al apóstol Pablo particularmente. Por lo tanto, en los Hechos de los Apóstoles, vemos toda aquella parte histórica de la misma, y en las epístolas, las directivas divinas.
Nosotros, que debemos testificar del Señor en estos tiempos finales, tenemos que tener siempre presente que hemos nacido en medio de un estado de cosas totalmente tergiversado, donde lo que Dios le ha confiado al hombre, no fue guardado en fidelidad, y donde en lugar de encontrar manifestado el deseo del Señor, “Que sean perfectos en unidad” vemos un testimonio que demuestra todo lo contrario. Por eso mas que nunca debemos remitirnos siempre a la Palabra, para “ver si estas cosas eran así” buscando lo que era desde el principio. No son estos tiempos que estamos viviendo como los relatados en los Hechos de los Apóstoles, donde la Iglesia en todo su frescor, manifestaba su perfecta unidad, sino, tiempos confusos, con muchas iglesias divididas por sus apreciaciones de la verdad y muchas ramas de fe y creencias, que testifican la gran división que ha producido la mano del hombre. Por este motivos, a pesar que cada reunión de creyentes reivindique para sí estar reunidos en torno al Señor, esto es una realidad solamente, cuando vemos aceptados y practicados en toda humildad, aquellos principios de la Palabra que mencionaremos como claves.
Primeramente, recordemos que la Iglesia del Señor es una y está compuesta por todos los hijos de Dios. Dispensacionalmente abarca a todos los creyentes renacidos desde el día de Pentecostés. (Hechos cap 2), hasta el arrebatamiento de los santos. (1 Tesalonicenses 4:16 17) Cristo, es el fundamento de la fe, la Roca, sobre la cual se edifica la Iglesia. Sin Cristo no hay salvación, y sin salvación no hay Iglesia.
Los motivos por los cuales está la Iglesia del Señor en esta tierra, también son generalmente mal interpretados o desconocidos. Se oye decir que la Iglesia tiene por misión salvar al mundo, o extender el reino para mejorarlo. Y que las almas deben acercarse a la Iglesia para recibir la bendición. ¡Cuidado con estas interpretaciones! La Biblia dice el propósito de Dios para la Iglesia en la tierra. Según (Efesios 3:10) es “Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la Iglesia“ Esto implica muchísimo más que lo que comúnmente se entiende, y evidentemente es más que decir que la función de la iglesia es la de evangelizar. Cuando analizamos esto vemos claramente que no llegamos a la Iglesia para ser salvos, sino que llegamos a ser parte de esa Iglesia que es un Cuerpo, siendo salvos. No llegamos a ser parte del cuerpo Cristo por medio de la Iglesia, sino que llegamos ser parte de la Iglesia, por medio de Cristo que nos salvó. Tenemos la tendencia de invertir el orden, más la Palabra de Dios testifica que no hay otro nombre que el de JESÚS, en el que podamos ser salvos. No es la Iglesia el ente salvador, pues no hay salvación sin Cristo. Esto es evidente, pero se confunden tanto los razonamientos que a veces tristemente se interpreta que no habría salvación sin la Iglesia.
¿Cuáles son los principios espirituales que deben mantenerse para que sea una realidad estar reunidos al solo nombre del Señor?
Como primer punto a destacar, afirmamos que para que la reunión sea verdaderamente según los pensamientos del evangelio de Mateo 18:20 No puede haber otro centro de reunión ni nombre que nos congregue que no sea Cristo. Los creyentes salvos por Cristo son llamados a reunirse alrededor suyo. Estando prometida Su presencia en medio de los suyos está todo garantizado. Por lo cual, las reuniones que se celebran en torno al Señor, tienen como único centro de reunión al Señor Jesús. Algunos piensan que esto es lo que se ve comúnmente en todos lados, sin embargo, no es así. La negación de este principio la vemos cuando el hombre es congregado hacia una doctrina, hacia una creencia, o hacia una persona; sea esta la del “pastor”, “sacerdote”, “líder cristiano” o cualquiera sea el nombre que lleve. Habitualmente uno se congrega en algún lugar porque está de acuerdo con la doctrina, y no iría a otro sitio porque no tienen la misma creencia. Este razonamiento aunque parece lógico, debe ir acompañado por la verdad en cuanto al Señor y su Iglesia, sino, sería congregarse en torno a una opinión, quedando el Señor de lado. Lo que nos debe juntar en tal o cual lugar es Su Persona, no nuestros ideales. Consecuentemente los creyentes congregados en torno al Señor en tal lugar, serán la expresión, que da testimonio (aunque mínimo en su número, dos o tres) de lo que es la Iglesia del Señor en su conjunto. Por ello no es bíblico preguntar: ¿Usted de qué iglesia es miembro? O que se enseñe que cuando alguien se bautiza se hace miembro de la Iglesia tal o cual, como si hubiera muchas. La Palabra de Dios nunca nos presenta la idea de que alguien se haga miembro de una iglesia, sino que cada uno de los hijos de Dios es miembro de la Iglesia, como miembro del Cuerpo de Cristo. Estas expresiones inexactas muestran una base antiescritural, y en la mayoría de los casos, un signo evidente de no comprender lo que es la Iglesia del Señor, desconocer el terreno de la Unidad del cuerpo de Cristo, y de estar congregados en torno a la doctrina de una organización que inevitablemente, como forma de administración tienen que tener en sus registros la membresía declarada ante sus autoridades.
Otro hecho notable de mencionar, es que se niega la verdad de que el Señor es el Centro de reunión, cuando el hombre es el que atrae. Cuando la personalidad del llamado “Pastor” o persona que oficia, es la que hace que el lugar se llene de asistentes. Si eso sucede, el centro evidentemente no es Cristo, sino la persona. El Señor ha sido dejado de lado, y la gloria y la honra, por más que se diga reiteradamente que es para Él, es para aquel que los ha congregado. Tendríamos para decir mucho más acerca de este punto en cuanto al Centro de reunión y el Nombre que congrega, pero estas solas indicaciones bastarán para que las almas sinceras noten, que en aquellos lugares, donde los creyentes se congregan atraídos por la personalidad o el don de alguien, bajo un nombre particular que no sea común a todos los salvos que los identifique, y conforme a enseñanzas y opiniones particulares; no se puede decir que estén reunidos al solo nombre del Señor, pues el mismo dijo: “A otro no daré mi gloria” (Isaías 42:8)
Como segundo punto, debemos recordar, que así como el Espíritu de Dios nos congrega alrededor del Señor, ese mismo Espíritu nos dirige, y la libertad del Espíritu es algo que no puede faltar cuando dos o tres están congregados en su nombre. Sin extendernos mucho sobre el tema, al menos puntualizaremos que el Espíritu es aquel que toma de lo del Señor y nos lo da a conocer, que reparte aquello que proviene del Señor, los dones y ministerios, y que tiene por objetivo glorificar a Cristo. Cuando nos reunimos entonces, será el Espíritu que mueva los corazones para levantar de entre los congregados, a alguien que conduzca a la asamblea en oración, a otro para indicar un himno y a otro para que tome la Palabra y presente aquello que el Señor quiera darnos en aquel momento. Reunidos en torno al Señor, esperando en Él, y siendo conducidos por el Espíritu, todo se desarrollará en un orden perfecto sin necesidad de arreglos previos. Lógicamente podremos ver que algunos hermanos dotados por el Señor serán utilizados con más frecuencia, lo que no quita que haya plena libertad para actuar, siempre que el Espíritu nos conduzca.
Con respecto a la verdad de la dirección del Espíritu Santo en las reuniones, debemos decir y reconocer que es la gran verdad olvidada o generalmente ignorada en la Iglesia de nuestros días.
Lamentablemente en nuestro tiempo, la cristiandad se maneja como si solamente “el pastor” o “los ancianos” que forman una elite especial eclesiástica, son los que dictaminan quién puede hablar, indicar un himno, o tomar la Palabra previo aviso. Esa forma de ser dirigidos tan solamente por algunos pocos que tienen el poder de la decisión, es la negación de la doctrina de la libertad del Espíritu. Se objeta el temor de caer en desorden, se cree y se dice que esa forma de dirigir es igualmente conducida por el Espíritu, pero, en realidad, debemos reconocer que esta no es la forma que nos muestra la palabra, sino más bien una forma de organización creada por el hombre. El Espíritu de Dios lo tenemos todos los creyentes, y si estamos en comunión y sin impedimentos ante el Señor hay plena libertad en la adoración y las oraciones, como lo habrá para el ministerio de la Palabra, pues aquel mismo “un Espíritu” que faculta a un hermano para que tome el ministerio sirviendo a los santos, es el que obrará en el resto de los hermanos para discernirlo y reconocerlo. El Espíritu de Dios no necesita decirle al que preside cual es el hermano que tiene que orar, pues no lo necesita como intermediario, sino que reunidos en torno al Señor, bajo el hermoso privilegio de la libertad del Espíritu, uno puede sentir que el Espíritu lo lleva a orar, o a ministrar en el caso de poder hacerlo, sin que se lo tenga que decir otro. La libertad del Espíritu también se ve negada cuando se manifiestan casos en los cuales se debe aplicar la disciplina en la Asamblea, y mientras esta disciplina se aplique desde, por así decirlo –“el púlpito” para abajo, será ejecutada sin inconvenientes, pero cuando es necesario aplicar la disciplina para arriba, a los que ofician, dirigen y hasta muchas veces mandan, entonces se palpa la realidad que tal libertad del Espíritu no existe -.
El tercer punto que quisiéramos recalcar, es el de la autoridad de las Escrituras en la Asamblea reunida en torno al Señor. Teniendo como centro de reunión al Señor Jesús, siendo dirigidos por su Espíritu, no puede haber otra fuente de autoridad y verdad que no sea la misma Palabra de Dios. Esto que parece tan obvio, no lo es en la práctica, ya que a pesar de que todos los creyentes tenemos la misma Palabra, la misma Biblia, (aunque haya diversas traducciones y revisiones) nos encontramos divididos a causa de las diversas interpretaciones. Estas interpretaciones han formado los estatutos y dogmas de fe, establecidos por los fundadores y líderes de esas facciones y debido a eso, todo aquel que allí se congrega, no solo debe sujetarse a lo que entiende por medio de las Escrituras, sino también a lo que su congregación le exige, conforme a la base de fe que han confeccionado.
Todo aquel que se encuentra en un círculo de profesión cristiana con esas características, debe preguntarse: ¿Puede haber una base escritural más perfecta, dejada para los creyentes, que la misma Palabra de Dios? Imposible. Allí está todo cuanto Dios ha querido decirnos, enseñarnos, y mantener hasta el final. La Palabra está completa, no necesitamos otras revelaciones posteriores, como vemos que la cristiandad tiene. Pues “la Fe (conjunto de la doctrina cristiana) ha sido una sola vez dada a los santos” (Judas 1:3) El Espíritu Santo de Dios ha venido y nos ha conducido “a Toda la verdad.” (Juan 16: 13) ¿Cómo podríamos aceptar que alguien traiga nuevas revelaciones y agregarlas a las verdades que componen la totalidad de la Palabra de Dios? ¿Cómo podríamos aceptar que para volver a la senda de fidelidad a Dios que la Iglesia vivió en su principio, se levanten nuevas iglesias con interpretaciones y adaptaciones a los tiempos actuales, como si la doctrina, no hubiera sido dada completamente de una vez y para siempre? El mundo pasa y sus deseos, así las cosas cambian y todo es mutante, pero: “la Palabra del Señor permanece para siempre” (1ra Pedro 1:2)
Debemos tener en claro que no son los dogmas, ni las tradiciones, ni los mandamientos de hombres, los que tienen la autoridad a la cual los hijos de Dios debemos someternos, sino la Palabra Santa de Dios. Esta Palabra es la misma en todo tiempo, y en todo lugar. El Espíritu de Dios lo atestigua entre otros pasajes, cuando el apóstol Pablo, en ocasión de despedirse de los hermanos de Efeso, en Mileto, sabiendo que luego de su partida iban a venir tiempos terribles, iban a manifestarse lobos rapaces que no perdonarían al rebaño, y que desde el mismo seno cristiano se levantarían hombres que hablarían cosas perversas, exhortó a los ancianos a velar por ellos mismos y por el rebaño, que es la iglesia del Señor; no creando allí una sucesión apostólica, para que luego de él siguieran otros con la misma autoridad y evitar esos males, ni redactó un dogma de fe a seguir, ni un estatuto para la iglesia en Efeso, sino “Los encomendó a Dios y a la Palabra de su gracia.” (Hechos 20: 27 al 32)
Para terminar concluimos poniendo de manifiesto, que si todos los hijos de Dios componemos la Iglesia del Señor, no hay para los creyentes otra forma de reunirnos que la que nos enseña las Escrituras: en su Nombre o hacia su Nombre (Mateo 18:20) Esto no es una utopía, sino una realidad, que por pura gracia podemos experimentar a pesar de todas nuestras debilidades. Reunirnos al sólo nombre del Señor como pudimos ver, no es solamente decirlo, sino realmente tener al Señor por centro en medio nuestro congregándonos hacía su nombre, dándole lugar al Espíritu Santo para que él sea quien dirija todo y no el hombre, y teniendo como fuente de verdad y autoridad a la cual recurrir a la Santa Palabra de Dios.
Lógicamente, considerando estos principios espirituales, llegamos a la conclusión que no en todo lugar donde haya creyentes reunidos, ni que se levante “una iglesia”, las reuniones se llevan a cabo al solo Nombre del Señor tal como enseña la Palabra. Por tal motivo, el hijo de Dios, que desee complacer el corazón de aquel que es su Señor y Salvador, no podrá conformarse con nada que no sea la verdad en un todo, porque tampoco el Señor lo deja en la libertad de asistir a cualquier sitio ni de elegir la reunión que se muestre más cerca de lo que Dios requiere. La gracia divina, a pesar de lo que ha sido nuestra infidelidad, nos ha dejado el privilegio de poder reunirnos tal como lo desea su corazón, contando con la promesa de su presencia en medio nuestro, sin tener que conformarnos con el mal menor.
La sencilla reunión alrededor del Señor demanda estas cosas.
Podríamos decir muchas cosas más al respecto, pero finalizando la meditación dejamos estas consideraciones deseando que el Señor bendiga su Palabra, para que meditando estos principios, tales verdades tomen todo su valor, pues lo que pudimos analizar, dista mucho de lo que vemos a nuestro alrededor, pero tenemos por gracia el privilegio de poder hacerlo una realidad si nuestro corazón desea serle fiel a Dios y a su Palabra.
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