“Dios nuestro Salvador… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4)
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna… El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:16 y 36)
Hay una incomprensión muy grande en cuanto a lo que significa la fe para salvación y como obra esa fe para recibir a Cristo. Hay quienes, para responsabilizar a Dios por su rechazo a vivir de otra manera, confiándoles su vida a Cristo, piensan que la fe es algo que Dios ha querido darles a algunas personas para que sean simplemente creyentes a todo cuanto se les diga, pero que no ha querido dársela a otros para que crean y se salven. Eso es un pensamiento herético que todo cristiano debe rechazar de plano.
Que la salvación, la gracia y la fe sean un don de Dios, es porque para aceptar a Cristo, el hombre necesita reconocer su estado y sentirse perdido y eso, no se produce por sí solo en el hombre, sino que Dios lo produce convenciéndolo de pecado y llevándolo a un estado de contrición, donde la persona trabajada de esa manera, abre su corazón y recibe a Cristo como Salvador. Si la persona en cuestión, se niega a todo cuanto Dios le diga y le quiera hacer ver, lógicamente, no será salvo. Pero no porque Dios no lo quiera, sino porque él no ha querido y se ha rehusado.
Quien recibe a Cristo es salvo, y evidentemente, todo cuanto necesitó para su salvación, procedió de Dios como un don, pues no fue en virtud de sus esfuerzos ni sacrificios.
Pensamientos para reflexionar